Negacionistas los hay de muchos asuntos. Están, por ejemplo, los terraplanistas que niegan que la Tierra sea redonda y hasta ha habido quien ha perdido la vida intentando demostrar empíricamente su creencia. Están los especializados en la tema del Covid y sus posibles vacunas. Ahí, la evidencia, en uno u otro sentido, es algo más complicada al entrar intereses farmacéuticos reales y la política, real o imaginada. De todos modos, hay para todos los gustos. También hay creacionistas, que niegan todas esas teorías sobre el origen "natural" del Universo y, en particular, de la especie humana. Ciencia y religión. Nada de Big Bang y evolución de las especies: fueron actos creativos de la Divinidad. Supongo que ya no quedan muchos que nieguen cualquier teoría que excluya a la Tierra de ser el centro inmóvil del Universo y nieguen el heliocentrismo (pobre Galileo y su eppur si muove)
Ahora, con la publicación del enésimo informe del IPCC han vuelto a aparecer y han merecido un editorial de The Guardian. Interesante. Lo que dicen (y ya dijo Gutérres en la ONU) es que el tiempo se nos echa encima, que es hora de actuar ya, si no queremos que la catástrofe sea inevitable y relativamente cercana retroalimentándose en el tiempo (digamos que no solamente para la edad adulta de mis nietas, sino antes). Hay partidos políticos serios e intelectuales de reconocido prestigio que niegan la mayor: no hay tal crisis climática y, como todos los anteriores, aducen estudios de igualmente reputados científicos en ese sentido. O se aferran a su fe y punto. O creen que "el partido nunca se equivoca".
Hay un tipo de negacionista, en este asunto, particularmente interesante. Es inútil hablar con ellos de esperanza matemática que se obtiene al multiplicar la probabilidad de un hecho por el daño o beneficio que produciría. La probabilidad de que me toque la lotería es tan baja que nunca la he comprado, pero mucha gente la compra porque la baja probabilidad se ve compensada con el premio posible aunque improbable. Aquí se podría decir algo parecido: incluso con una probabilidad baja de catástrofe climática que acabara con la vida humana en el Planeta, el mal sería tan enorme que vale la pena plantearse el pasar a la acción en serio, aunque solo haya indicios (que haberlos haylos).
Pero hay más: los plazos. Normalmente, la política es cortoplacista (y el que venga detrás, que arree) y cargada de retórica electoral. Así que los gobiernos firman brillantes acuerdos internacionales para enfrentarse a tal eventualidad, pero, como las acciones no serían del agrado de sus electores, se dejan para más adelante y, de nuevo, el que venga detrás, que arree. Suficientemente ocupados en el día a día de la política local (all politics is local, excepto para los que tienen ambiciones hegemónicas), se ocupan del ahora y dejan el después para después. Es suficiente comparar, como se ha hecho, lo firmado con lo llevado a cabo para darse cuenta que lo firmado tuvo, por lo menos, "algo" de retórica. Si hace falta carbón, pues se siente por el CO2.
Pero hay más: los intereses. He comentado varias veces la documentación probatoria del cambio climático que se encontraba en manos de empresa petrolera que la ocultó sistemáticamente para poder seguir con sus prácticas en pos del motor del sistema económico mundial: el beneficio inmediato (y après moi le déluge, incluso con faltas de ortografía). Casos ha habido. Como los bancos invirtiendo donde haya beneficio, como toca.
Y acabemos: los gorrones. Los que creen que si esas prácticas las aplican otros, pues que ellos pueden prescindir y conseguir los beneficios políticos o económicos inmediatos. Claro que hay que introducir nuevos medios de producir electricidad, pero que sean en el pueblo de al lado. Claro que hay que reducir las emisiones, pero que sean en la ciudad de al lado. Claro que hay que aplicar las políticas de supervivencia de la especie, pero que lo haga el país de al lado. El que no lo hace, gana a corto plazo. Y el largo plazo, vaya usted a saber cuándo llega. Los del IPCC dicen que pronto, pero seguirles es luchar contra fuerzas mucho más potentes que el instinto de supervivencia colectiva... que no existe. Ese instinto no es de la especie, sino del individuo, localidad, país. Para actuar así no hace falta ser negacionista. Se puede ser hasta ferviente seguidor del ecologismo... a su tiempo y forma.
Siempre queda espacio para la fe ciega, para "el partido nunca se equivoca" y para la acumulación incesante de capital. Y para "si lo pueden hacer otros ¿por qué voy a tener que hacerlo yo"?